Aunque la música contemporánea no es
mi preferida, reconozco el gran mérito que tiene interpretarla.
Interesantísima la Sonata para saxofón alto y piano de Denisov, e
interesantísima versión por parte de estos muchachos.
El pianista ha sabido resolver con
desparpajo el marrón que tenía encima y el saxo, toca. Toca mucho.
Con un sonido pleno y potente en fortes y delicadísimo en pianos ha
sabido llevarnos de paseo por su musicalidad. Una pena que hubiera
tan poca gente en el concierto. Contándolos a ellos y al
pasapáginas, eramos tan sólo diez personas.
Como siempre, ir al Palau es un lujo.
Derroche de arte por doquier y en esta ocasión, con lo que para mí
es la reina de las artes, la ópera.
Literatura fabulosa por un lado,
interpretaciones de una altísima calidad por otro, música suprema y
cómo no, el toque de sutileza que aporta la danza.
Pasear por Valencia y ver su Ciudad de
las Artes y las Ciencias es un éxtasis de emoción. Algo que nos
entra por la vista y recorre nuestros sentidos hasta que parecemos
pequeños en su regazo. Me pregunto yo entonces, de lo que es capaz
de hacer el hombre. Semejante infraestructura que albergue semejante
obra maestra: La Flauta Mágica.
Impresionante. Mucho más incluso que
lo que pueda haberme sorprendido la instalación.
Una magnífica puesta en escena y
músicos de la misma índole han hecho que todos los miembros del
público hayamos disfrutado. Bueno no. El de mi lado se ha dormido.
¿Cómo puedes haberte dormido tío? Si no te interesaba, no haber
ido. Resulta que ha habido gente que se ha quedado sin entrada por
tipos como tú.
Quiero felicitar a los trompistas de la
orquesta; se agradece que hayan sido exactos en todos sus ataques y
no hayan estorbado en ningún momento, como muchas veces pasa y a
Papageno y Papagena, que en su última escena nos han robado una
carcajada a todos.
Me sentía como los del anuncio de
Trivago. Rodeada de gente que ha pagado el precio de las entradas más
caras y va a la ópera con su traje y su Mercedes mientras que mi
entrada me ha costado la mitad de precio y yo voy con mis pantalones
de Sfera y mi tarjeta de la Empresa Municipal de Transportes.
Increíble. Qué pianista. Qué
musicazo. Qué pureza, qué limpieza y que sonido...no parecía
posible que ese piano pudiera sonar así. Qué derroche de calidad
pianística y de musicalidad... me ha atrapado desde que ha alzado
las manos hasta el último saludo. Cuánta elegancia en el gesto y en
la puesta en escena. Sin duda un gran concierto con un programa
enorme; variado y atrevido con ese Schoenberg para algunos “difícil
de escuchar” y para otros no menos envolvente que el resto de
obras.
Está claro que el salón de danza no
era el adecuado para un concierto de este nivel, como tampoco lo eran
las sillas tan cómodas en las que me dejé la espalda, por no
nombrar otra parte del cuerpo, pero lo perdonaré por la novedad que
las instalaciones permitían: la proyección en una pared del plano
transversal del pianista. Muy interesante; permitía ser todavía más
consciente de su perfección técnica.
Echaba de menos un buen rato de música,
así que no me importó en absoluto andar por las calles de Valencia
por la sencilla razón de que no tenía ni idea de la dirección a la
que dirigirme y estaba totalmente perdida.
Viendo los carteles anunciadores del Ballet Pedro Cruz me esperaba ver un ballet, pero me han engañado. No ha sido más que la típica función de fin de curso de una escuela de danza. Algo de nivel tenía, pero no para adjudicarse ese nombre. Acorde sí era el sitio. Bravo por ese auditorio llamativamente acondicionado con un escenario de bolsillo.
Entre murmullos y empujones, cuando la gente puntual consigue ocupar su lugar definitivo, los músicos suben a escena y empiezan a afinar. Un saxo, tres flautas, tres violines y un improvisado clavinova con los amplificadores al máximo volumen. Qué poco juicio...sólo alcancé a escuchar dominantes y tónicas con unos gatitos de fondo. Menos mal que eran estudiantes de grado medio (alguno ya con canas) del Grupo de Cámara del Conservatorio de Música de Montijo.
Empezó el asunto con la obra "En algún lugar sobre el arco iris", en la que cuatro chicas vestían íntegramente de blanco, algo que no era muy favorecedor debido a la palidez que la sala de por sí proporciona. He de confesar que una de las chicas, la más alta, me cautivó nada más empezar. Y fue por su sonrisa. No era precisamente la mejor bailarina de entre todas ellas pero no pude dejar de mirarla porque aquella alegría me atrapaba. Lo contrario me pasó cuando el mismo grupo y alguna chica más bailaron "Granada". Lo siento, no tienes mucha gracia en el carácter español querida. De hecho, ninguna fue capaz de enseñarme su duende.
El grupo de niñas pequeñas me pareció técnicamente el más correcto, porque todavía no habían deformado sus battemants tendus de la forma tan horrorosa que lo habían hecho prácticamente casi todas las demás. Sí hay que reconocer la calidad de las pirouettes, la mayoría impecables.
Las chicas de los pantalones bombachos fueron sin duda las que me emocionaron. Una buena coreografía acorde con la música, y unas buenas intérpretes en este caso hicieron una combinación atractiva al espectador, igual que con la última obra: "Mediterráneo". Un principio increíble...esas olas con manos que aparecían entre la neblina y que poco a poco nos presentaban a sus sirenas de ropas naufragadas. Enhorabuena a la solista, aunque ella ya lo sabe.
Fue un rato curioso, pero de lo que más me alegré al salir fue de que mi bici todavía conservara su sillín.